Los Desvanes: Crónica de una Boda. Segunda Parte.
28 marzo 2006  

Crónica de una Boda. Segunda Parte.


Terminado el extraño espectáculo de la ceremonia, nos vimos en la siguiente tesitura: seis de la tarde, en Móstoles y con tres horas por delante para que comenzase el banquete nupcial.

Sin arredrarnos y armándonos de paciencia, tomamos la decisión de ir hacia el lugar en el que teníamos la esperanza de que nos dieran de cenar. El sitio en cuestión estaba cerrado, pero tras zarandear un poco la puerta (habíamos visto una luz en el interior), salió un tipo con que con cara de extrañeza nos comunicó que no abrirían hasta una hora del manduqueo. Al acercarnos hacia el lugar de los hechos, ya me había fijado en que no había bares en los que pasar el rato, por lo que procedí a preguntarle al tipo que si sabía dónde podíamos refugiarnos. Con una extraña mirada (ahora me doy cuenta de que ese brillo era malévolo), nos dijo que entrando por un callejón y pasada una plaza había unos cuantos bares.

Tras reforzar nuestras filas con más efectivos de la boda, iniciamos camino. El estupor apareció pronto. Camino de los bares ya mentados, topamos con un local de estriptís, una güisquería y lo que a todas luces era una casa de lenocinio. El estupor no era por la naturaleza de los locales -estaban cerrados-, era porque íbamos en compañía de padres y abuelos (ya sabemos que nos iban a llevar las manos a la cabeza), con los que siempre se crea cierta incomodidad frente a los temas sexuales (el que diga que no que se recuerde viendo una película en el salón de casa, acompañado por sus progenitores y viendo en la tele una película con escenas de cama). Al fondo de la plaza, tres bares maltrechos, y, presidiendo al fondo todo el conjunto monumental, el Hospital de Móstoles.

Los provectos sabios de la tribu se decidieron por uno de los locales, en los que un grupo de lugareños quedaron un tanto sorprendidos al ver que un grupo de gente vestida como para una boda, entraba a perturbar su alcohólica tarde de sábado.

Unas cañas, coca colas, panchitos y cortezas después, decidimos volver al salón de bodas, momento que aprovechamos para observar la vestimenta del resto de los invitados. Tres grandes impacto:

1. Los vestidos de las dos hermanas de la novia: iban totalmente embutidas una en seda naranja, y otra en lo que parecía cuero rojo (luego me aseguraron que era raso -todavía lo dudo-). Ambos vestidos tenían en la parte de atrás cintas como si fuesen un corsé. La del vestido rojo, al final de la noche, tenía la espalda amoratada de lo apretado que llevaba el vestido. A la de naranja sólo le faltaba un látigo para irse a trabajar de 'madame' de uno de los puticlubs de los aledaños.

2. El más malo de los malos: por parte del novio nos encontramos con un fulano vestido al más puro estilo gangsteril que a la mínima de cambio no dudó en quitarse la chaqueta, la corbata, abrirse la camisa hasta casi el ombligo y remangarse. Cada vez que encendía un cigarrillo (con mucha frecuencia) echaba una mirada torva a los alrededores (¿para ver si había algún enemigo?)

3. El tipo que en la iglesia iba poco menos que de zarrapastroso y al banquete apareció con un magnífico traje. Después me entré de que su mujer se había olvidado de meter una camisa en la maleta (venían desde León), por lo que tuvo que ir a comprarse una después de la ceremonia. NOTA: si se hubiese hecho su propia maleta (si no hubiese sido un inútil) no habría pasado; ¿imagináis lo que debió pasar la pobre señora aguantando la bronca del marido?

Próximo capítulo... un banquete a toda leche con comida mutante.


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